Alrededor de 50.000 personas practican Aikido en Francia (Ndt. en la época en que se escribió el artículo). Yo no sé que pensáis, pero yo considero que es verdaderamente poco.
¿Por qué? Simplemente porque cuando se conoce esta disciplina, sus objetivos, sus principios de trabajo y sus beneficios, es evidente que puede convenir a un público extraordinariamente amplio y variado. Juzgar vosotros mismos:
-Una práctica física completa, que mejora tanto la condición física como la coordinación y el equilibrio.
-Una disciplina que sabe conciliar carácter lúdico y rigor.
-Un trabajo sobre sí mismo que favorece centrarse, la concentración y la presencia en el instante.
-Un espacio de encuentro e intercambio con el otro (y consigo mismo pues todo es reversible, uke-tori) que es tratado con respeto, gratitud y atención.
-Todo bajo la forma de un arte marcial civilizado que considera que todo conflicto no puede resolverse más que por la educación y el despertar de las dos partes.
Concretamente hacer Aikido es aprender, repetir y recibir las técnicas de control o proyección. Técnicas que paradójicamente son más persuasivas que traumatizantes en su concepción. El beneficio para el practicante será por una parte un gran bienestar pues sentirá todos sus bloqueos, tanto físicos como mentales, saltar progresivamente, y por otra, la posibilidad de un gran camino en años por delante, pudiendo así alcanzar sus objetivos en la práctica.
A través y más allá de estas técnicas, se trata de hecho, de domesticar la relación con uno mismo y con el otro: comprender que la afirmación de sí mismo no pasa ni por el miedo, ni por la negación del otro sino al contrario por su escucha y toma en consideración. ¡Vasto y ambicioso programa!!.
Pero el acercamiento a la práctica es estructurado, proponiendo a cada paso problemas precisos y progresivos a resolver con la ayuda del (de la) compañero/a, verdadero espejo, a la vez rival y cómplice.
Franck Noël
Traducción: Segundo San Cristóbal